¡Estamos de cumpleaños: 50 años de carnaval marica!

En los últimos años de la ya llamada “dictablanda”, la intervención más sonada de la autoridad tuvo lugar durante el Carnaval de 1973 y se puso de manifiesto que el Caudillo y la represión todavía estaban muy vivos. Nos referimos a la famosa “redata de violetas”, ahora que se cumple el quincuagésimo cumpleaños. Diez señores disfrazados/travestidos fueron detenidos e identificados al salir de la discoteca Los Tarantos de la calle de les Parellades.

La humillación vivida y sufrida por los diez detenidos fue sonada. Bajo cada fotografía publicada se daba el nombre y los apellidos, la procedencia y el oficio (camarero, cocinero, mecánico, peluquero, modisto, administrativo, estudiante, etc.).

La persona que quizás más sabía y más había escrito sobre este tema, el profesor de Técnica de la investigación criminal de la escuela de policía, don Antonio Viqueira Hinojosa, hizo esta valoración: “Por pudor nacional no es conocido en su realismo el crecimiento continuo del homosexualismo en España. Las causas son muy diversas: proselitismo entre jóvenes de humilde condición, que derivan en el tipo de varón prostituido, denominado policialmente ‘busca’: suele ser ejercido por extranjeros, por invertidos acaudalados y por ciertas celebridades artísticas, protectoras de los que aspiran a triunfar en esas ramas”…

Coincidíamos al pensar que las modas juegan un papel importantísimo en el progreso de los afeminados. El narcisismo imperante en la juventud con manifestaciones trasvestistas incluso, favorecido por el progresivo afeminamiento de la indumentaria masculina, con sus desfiles y modelos, sus exhibiciones de peinados, sus melenas y “colas de caballo”, sus zapatos de tacón alto y sus adornos y colorines, han venido a favorecer enormemente a los homosexuales, brindándoles continua ocasión de lucirse mezclados entre ellas y confundiéndoles a ellos… Por nuestras calles aún no es corriente ver una pareja de ‘prímulas’ en plan escandaloso; pero ya se empiezan a registrar tentativas de expansión, locos afanes de hacerse ver y aceptar.»

Unos días más tarde, el mismo periódico exponía el marco legal. El periodista, Jaime Martínez Mari, no se abstuvo de dar su opinión. Dice: «Las prácticas homosexuales es un vicio que merece repulsa, pero no es punible si se desarrolla en la más estricta intimidad y ninguna persona se siente ofendida en su pudor y no se atentan las buenas costumbres. Esta es la doctrina del Tribunal Supremo. Con todo, estas personas son susceptibles de ser declaradas en estado peligroso y se les pueden aplicar las medidas de seguridad que prevé la LPRS (1970).»

Y acaba el periodista, «la persona humana tiene derecho a equivocarse, a cometer errores siempre, siempre y cuando no molesten a nadie, no transciendan y no perjudiquen. Todo esto sin el prejuicio de las nuevas tendencias que consideran el homosexual como un ‘tercer sexo’, o las modernas teorías político criminales que consideran la homosexualidad como una enfermedad hormonal que al menos justificaría un tratamiento adecuado, no solo penal, sino también reeducativo y médico.» Esta era la realidad y la moral de la época.

Por suerte esta “redada de violetas” no tuvo en Sitges las consecuencias que se sufrieron en Torremolinos, por ejemplo, dos años antes. Sino todo lo contrario, quizás con más fuerza y decisión los gays suburenses ocuparon el espacio público del Carnaval que la dictadura quería tener bajo control. Y no sólo lo ocuparon, si no que lucieron los disfraces más espectaculares. Se convirtieron en los protagonistas indiscutibles del Carnaval año tras año. La gente del colectivo decidió hacer suyo el espacio de transgresión que la tradición concede antes de la abstinencia.

La prensa que desarrolló la noticia de las detenciones puso a cuerpo descubierto que los carnavales de Sitges y Vilanova i la Geltrú atraían homosexuales del resto de Cataluña y de España.
En 1979, Pascual Maisterra publicaba en el Diario de Barcelona, «¿Carnaval?»: «El absurdo cortejo travestitista de Sitges que, no obstante, los años de prohibición, fueron –como tantísimas otras cosas— toleradas por la dictadura tan pronto se convirtió en dictablanda, que fue mucho antes de convertirse en dictafofa.» Para él, el carnaval no tiene ni gracia ni sentido, puesto que en Sitges hay gente que todo el año se disfraza, por ejemplo un título inglés que va de indio sioux y nadie se lo mira.

La fama del carnaval gay se extendía como la pólvora y cada año más gente y más éxito, lo cual llevó dos empresarios del sector a hacer una propuesta innovadora, porqué para el carnaval de 1983 se esperaba un aumento importante de visitantes extranjeros, más de 1.500 –cosa que no gustaba a todo el mundo, algunos fruncían el cejo. Miguel Salaverri y Giorgio Denti, propietarios del bar El Candil, presentaron una solicitud al Ayuntamiento en el mes de agosto para instalar un entoldado en la Fragata con escenario y pasarela para mejor lucimiento y comodidad del colectivo gay que entonces triunfaba en los escenarios carnavalescos. Querían el mejor Carnaval de Europa en Sitges 1983.

El día 6 de noviembre el teniente de alcalde Jesús Ciré, daba la autorización. En el pleno del día 12 de diciembre, el señor Olivé hizo unas declaraciones muy homófonas y pidió una consulta a las entidades sobre la conveniencia o no del entoldado. Los señores Ciré y Mirabent –del PSC y ERC respectivamente— se opusieron. Se perdió el referéndum/consulta (de las 34 entidades locales que participaron: 20 votos en contra, 5 a favor, 1 abstención, 8 no se pronunciaron) y se echó atrás la autorización del entoldado. El Ayuntamiento también tuvo que rescindir unos contratos hechos por publicidad que se habían conseguido con el atractivo de la carpa. Los que habían defendido el entoldado argüían que era una mejora de la cual disfrutaría todo el mundo, no solo el colectivo; los detractores no querían que se institucionalizara el carnaval gay, como tampoco querían el turismo rosa que, decían, hacía menguar el heterosexual. A favor votaron los que defendían la legitimidad que tenían los homosexuales a organizar, oficialmente, actos de carnaval, puesto que eran una realidad más de Sitges e intentar silenciarla suponía caer en flagrante hipocresía.
Una falsa moralidad y una estrecha mentalidad echaron por tierra un gran proyecto turístico. Además, tengamos en cuenta que el gobierno de 1982 era socialista pero se lavó las manos ante la polémica porqué le quedaban tres meses de vida y prefirió asegurar votos y ceder a una consulta ilegal la decisión que era solo del Consistorio. Tres meses más tarde, un pacto entre las derechas daba la alcaldía a CiU y durante este mandato se hizo todo lo posible para atar corto el colectivo.

El FAGC se dirigió al Defensor del Pueblo y a la Comisión por los Derechos Humanos del Parlament por las declaraciones de Fermí Olivé «de peligro público y cultural». Esta falta de democracia, de voluntad integradora, de visión de futuro, hizo perder a Sitges uno de sus valores y potenciales. Y todavía no se le ha restituido. Desgraciadamente también fueron los años del sida, que diezmó al colectivo.

Cuesta entender que no se les dejara hacer el entoldado en la Fragata (alternativa al Prado y al Retiro como espacios de encuentros carnavalescos), cuesta entender que un regidor ensuciara el colectivo con sus palabras homófobas, cuesta entender que una propuesta para mejorar el Carnaval sitgetano en auge fuera despreciada por un sector manipulador y reaccionario que no quería compartir la fiesta, que no quería dar espacio televisivo al colectivo, que no quería que el pueblo fuera identificado como ‘pueblo gay’, siempre con la excusa que había quién venía a prostituirse o hacían una ostentación gay de mal gusto.

Decía Toni Sella refiriéndose a la polémica de 1982: «Se les negó el derecho a tener un papel institucionalmente establecido, pero no a tomar parte.» Quizás no se prohibió explícitamente, pero todos hemos comprobado cómo, poco a poco, fueron desapareciendo del desfile y solo los podías ver en sus locales.

Ahora, por suerte o por desgracia, hemos vivido la segunda edición de la Gala Drag Queen. Es decir, cuarenta años después, y con el fin de favorecer los negocios y atraer turísmo, incorporamos un espectáculo que tiene un público muy determinado. Un producto importado desde las Canarias y pasado por el filtro de la institución, apto para todos los públicos. Quizás haría falta no olvidar que la esencia del Carnaval es el juego subversivo con los patrones morales y sociales vigentes.

Text by: Isidre Roset // Montserrat Esquerda // Joan Escofet