Descubrí Sitges por primera vez en el año 1992. Mi empresa me había enviado a Barcelona para trabajar durante un año como parte de un equipo informático que colaboraba en los Juegos Olímpicos. Además de tener un piso en Barcelona, me permitieron usar un pequeño apartamento en Sitges.

Recuerdo tomar el tren por primera vez hacia Sitges, pensando que probablemente haría una única visita para conocerlo y no volvería. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que me había enamorado del pueblo y acabé pasando muchos fines de semana maravillosos aquí.

En aquel entonces, los túneles del Garraf aún no se habían inaugurado, por lo que Sitges era un pueblo mucho más pequeño y tranquilo, además de más conservador. Recuerdo bien a aquellas mujeres vestidas completamente de negro: eran la policía de la moral del pueblo, siempre criticando y controlando. Incluso alguna vez me increparon. También recuerdo que entonces se censuraba a la gente que salía de la playa sin la camisa puesta o que hacía algo que ofendía su sensibilidad.

En Sitges no había tiendas de franquicias, todos los restaurantes y las tiendas eran familiares, y disfrutaba muchísimo de comidas fantásticas y generosas que siempre incluían un aperitivo para empezar y unos chupitos para terminar. Actualmente, El Patio es uno de los pocos restaurantes que conozco que todavía mantienen este nivel. También fue el apogeo de las grandes discotecas como L’Atlàntida, Trailer o Pacha.

En aquel entonces, el pueblo todavía dependía de pozos para el suministro de agua a las casas, por lo que el agua del grifo era bastante salina y poco potable. Esta falta de agua dulce limitaba el crecimiento urbanístico, lo cual le había permitido mantener su ambiente de pueblo de pescadores. Por eso también tuve la suerte de conocer a personas amables durante ese año, personas con las cuales todavía mantenemos la amistad a día de hoy.

Al poco de terminar los Juegos Olímpicos, tuve que volver a mi país con mucho pesar. Mi amor por Sitges, sin embargo, hizo que volviera cada año para pasar unos días. Muchas veces llevaba conmigo amigos para que conocieran este pueblo mágico y experimentaran lo mismo que yo. Finalmente, en el año 2015, pude comprar un piso cerca de la playa de Sant Sebastià, y ahora que estoy jubilado, puedo pasar la mayor parte del año aquí con mi pareja.

En el año 2021, durante el confinamiento, decidí aprender catalán y, en consecuencia, se me abrió un mundo nuevo. Hay una vida social increíblemente rica en Sitges que es, en gran parte, invisible para muchos expatriados porque solo se anuncia y se realiza en catalán. Ahora asisto a muchas obras de teatro, clubes de lectura, debates políticos y otros eventos culturales de los cuales antes no tenía noticia ni hubiese sido capaz de entender ni de disfrutar. Sin duda, uno de los momentos más intensos que he vivido este año ha sido poder unirme a mis vecinos y acompañarlos en la víspera de Corpus: sentado en círculo en la calle mientras arrancábamos miles de pétalos de claveles y hablábamos en catalán de todo hasta bien entrada la madrugada.

Espero con ilusión pasar muchos años más aquí, mejorar mi catalán y disfrutar de la increíble y rica vida social que ofrece este pueblo.

Visca Sitges!

David Harding